Esta soledad errante que me quema
y sumerge inevitable a mi tiempo muerto
estremece el muro del silencio
en suave queja escapandose de olvido.
Abre el estrecho espacio de las almas
de unos labios que se han cerrado por la espera
en el sediento letargo de la ausencia.
Fuiste clave perfecta de mi cuerpo
El encendido clamor de mis entregas
Fuiste anhelo, pasión, amor prohibido
El cautivo de mis sábanas de fuego.
¿Quién te cuenta de aquella lágrima olvidada
Que ha quedado entre mis versos sepultada?
No fue una, sino muchas que, perdidas
Las encuentras en el libro de mi vida.
Alma Cervantes